Me veo llover, derramarme arrasando con todo a mi paso, desgarrandome en cada respiración jadeante que no llena ni un cuarto de mis pulmones. Me veo desaparecer, desgastando mi vida a través de situaciones y personas que me cuentan las costillas. Me siento muerta en vida, por momentos rebosante de ese brillo en mis ojos que denota mi felicidad, por momentos opaca, cuasi muerta, destilando odio, supurando hartazgo, con ganas de que se vaya todo a la mierda, con ganas de mandar todo, bien a cagar. Me veo y no me veo, cuando intento dar todo y todo implica desarmarme hasta desaparecer, cuidándome muy poco, atentando constantemente contra mi salud mental. Me veo remando contra la corriente, en sitios donde me caigo al vacío y esa caída duele, todos los días un poquito más. Me veo quieta, tiesa, intentando ser parte de un sistema que está como el orto, dónde se juzgan mis formas, mis pensamientos, mis acciones y se cuestiona todo el tiempo si lo que hago está bien o mal. Me veo derretirme ante sujetos morbosos que se regocijan con mi dolor, su fuego penetra cada centimetro de mi mente y por momentos me hacen dudar de todo lo que logré construir hasta acá. Me veo desconfiando de mi misma, llena de signos de pregunta que aparecen cuando seres siniestros quieren robarme la paz. Cada día me levanto y lucho contra el mundo, cada día me abrazo mientras respiro profundo y me digo que hoy no es para siempre, lloro para regarme y saber que solo yo sé todo lo que transite para estar de pie ante tanta crueldad, ante tanta artificialidad y tanta hostilidad, pretendo ser más amorosa conmigo misma, más paciente y no dejar que cualquier ser mal viviente logré contaminar mi tan preciado bienestar. Aunque sea momentáneo, quiero ser mi sitio seguro, un lugar cálido que me cobija cuando de todo me quiero escapar.