Pensar la posibilidad, estar abierta a la transformación, sentir sin miedo. Si se viene el huracán, que me encuentre con los pies enraizados en mi eje, que me pegue un sacudón, que ese vaivén incesante me ayude a acomodar mis ideas, pero que no se quede por mucho tiempo, que pase de largo, que siga su camino. Que la calidez de ese encuentro me sirva para poder visualizarme lejos de mi laberinto sin salida, donde me meto sola y me mareo tanto que me olvido de respirar. Que percibirme en ese aroma a recuerdo, me sirva de trampolín hacia un presente consciente y luminoso, donde el dolor se acaricia con amor, donde somos responsables y sinceros con todo esto que nos atraviesa. Sepamos que recordarnos fundidos en miradas que no necesitaban de un lenguaje para poder comunicarnos, es mucho más real que lo que no decimos, eso que guardamos por temor a lo que al otro le pueda generar, eso que nos diluye, eso que nos enseñan a ocultar. Que la brisa de mi pueblo acaricie tu cara, que la lluvia de tu ciudad moje la mía, en ese momento reconoceremos que lo que no pudo continuar, nos enseña, nos fortalece, nos acerca a diversas posibilidades de materialidad. Lo que se recuerda con una sonrisa en la cara, nos conmueve, nos ayuda a crecer y es un sentimiento del que no podemos escapar. Está ahí, convivimos con él, es algo tan hermoso que no se puede esconder.

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