Una incognita en el aire, en la prosa que compone la sinapsis del encuentro. Una incognita en el cuerpo, en la divinidad implícita que paraliza, que encandila las miradas, que neutraliza. Un cementerio de quejidos, de llantos, de gemidos. Luz y oscuridad, grises y más grises. Incertidumbre, latidos en pausa, el aliento que agobia. La otredad que nos empuja al abismo, que mastica las palabras, y sin digerirlas las escupe. La teoría ya escrita, impregnada de supuestos, de hipótesis insulsas. Carencias, dolencias, en tu andar desgarbado, en tu sangre que no corre, en tu clavícula rota. Languidez emocional, rigidez crepuscular, en el ocaso que emergió de tu tsunámi. Carroña, restos de tu ser inhumano atravesados por el silencio. Golpes a puño cerrado contra la puerta de la indiferencia. De repente, una mirada esméril, una palabra que cobija, el vaivén de tu respiración. Claridad en tu objetivo, una cachetada de realidad, emerge el amor, apertura, sincronicidad.

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