A veces no entiendo, no comprendo. Veo almas congeladas, sintiendo por sentir, sintiendo lo que otro considera que es el sentimiento correcto. Es así, vivimos en un planeta donde me enseñan a ocultar lo que siento, a que importa más lo que otro individuo puede llegar a pensar si un poco de afecto le quiero prestar, que si me lo guardo por años y en un momento puede caducar. Importa más que me vean firme y rozagante que mi llanto derramado hace un instante. Nos condiciona el mismo demonio, en primavera o en otoño, ese tirano nos aleja y nos domina, inyectándonos de su maligna medicina. Nos vuelve fríos y calculadores, creyéndonos seres superiores. Amamos sin saber siquiera lo que es. Amores de mentira, de esos que no ven. Amores que lastiman con armas punzantes. ¿Amores? Ahora solo se ven unos pocos, de esos a los que a veces creemos “locos”. Aquellos que transitan con su corazón en la mano, que se entregan y dan sin esperar nada a cambio. Donde su sentimiento es recíproco, donde una mirada se pierde en la del otro, donde el tiempo compartido es algo esencial, donde fundirse en un abrazo al final del día los hace volverse a encontrar. Yo por mi parte considero al amor un arte, pero a diferencia de otro arte no lo invento, comparto todo lo que me genera adentro, no me quedo con nada que se pueda transformar en espada, lo pienso, lo siento y lo dejo fluir. Es más sano eso que dejarlo morir.

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